Ayer partía Jane Goodall, la primatóloga británica que revolucionó nuestra comprensión de los grandes simios. Lo hizo dejando atrás un legado que trasciende las fronteras de la ciencia y que la ha hecho convertirse en símbolo universal de la defensa de la naturaleza y los derechos de los animales. Y también con la vista puesta en un futuro cercano que ya es una realidad: Rebeca Atencia.
Con la marcha de Jane Goodall el mundo pierde una de las voces más importantes del mundo científico y conservacionista. Pero sus enseñanzas siempre perdurarán. Ella cambió para siempre nuestra forma de entender a los chimpancés. Y, con ello, de entendernos a nosotros mismos.
Los inicios de una vocación
Nacida el 3 de abril de 1934 en Londres, Valerie Jane Morris-Goodall creció en una época donde las puertas de la ciencia apenas se abrían para las mujeres. Su fascinación por los animales surgió desde la infancia: a los dos años, su madre la descubrió durmiendo en el gallinero familiar, esperando ver cómo las gallinas ponían huevos.
Sin recursos para cursar estudios universitarios, Goodall trabajó como secretaria en Londres hasta que, en 1957, recibió la invitación que cambiaría su vida: una amiga quiso que la acompañara a visitar su granja en Kenia. Allí conoció al paleontólogo Louis Leakey, quien vio en aquella joven de 23 años no sólo una pasión excepcional, sino también el perfil ideal para un estudio pionero: enviar a alguien sin formación académica previa a observar chimpancés en estado salvaje, libre de los prejuicios científicos de la época.
Gombe: donde comenzó la revolución de Jane Goodall
El 14 de julio de 1960, Jane Goodall llegó al Parque Nacional de Gombe Stream, en Tanzania, acompañada únicamente por su madre y un guía local, ya que las autoridades coloniales británicas no permitían que una mujer soltera permaneciera sola en la reserva. Estableció su campamento cerca del lago Tanganica y comenzó lo que se convertiría en el estudio de campo más prolongado sobre animales en su hábitat natural.
Los primeros meses fueron desafiantes. Los chimpancés huían cada vez que ella se acercaba. Pero Goodall demostró una paciencia excepcional, pasando días enteros observándolos desde la distancia, hasta que los primates comenzaron a aceptar su presencia. Su enfoque poco convencional incluía darles nombres en lugar de números, un acto considerado «poco científico» en aquella época, pero que reflejaba su convicción de que cada chimpancé era un individuo con personalidad propia.
Descubrimientos de Jane Goodall que cambiaron paradigmas
Y así, con el paso del tiempo, los hallazgos de Goodall demolieron creencias científicas arraigadas. En noviembre de 1960, apenas cuatro meses después de su llegada, observó que un chimpancé al que había llamado David Greybeard utilizaba tallos de hierba para extraer termitas de un termitero. No sólo usaba herramientas, sino que las modificaba, despojando las hojas para hacerlas más efectivas.
Este descubrimiento sacudió los cimientos de la antropología. Hasta entonces, el uso de herramientas se consideraba la característica definitoria que separaba a los humanos del resto del reino animal. Cuando Goodall comunicó sus observaciones a Leakey, este respondió con una frase que se haría célebre: «Ahora debemos redefinir herramienta, redefinir hombre, o aceptar a los chimpancés como humanos«.
Pero sus revelaciones no terminaron ahí. Goodall documentó que los chimpancés tienen emociones complejas: alegría, tristeza, ira, compasión. «Uno no puede observar a los bebés chimpancés por mucho tiempo sin darse cuenta de que tienen la misma necesidad emocional de afecto y tranquilidad que los niños humanos«, escribiría más tarde. Observó cómo se abrazaban, se besaban, se consolaban mutuamente tras conflictos. Descubrió que mantenían relaciones familiares duraderas, con madres que criaban a sus hijos durante años, transmitiéndoles conocimientos y comportamientos culturales.
Quizás su hallazgo más inquietante fue que los chimpancés también eran capaces de violencia organizada. En 1974, documentó la «Guerra de Gombe«, un conflicto brutal entre dos grupos de chimpancés que duró cuatro años y supuso la aniquilación sistemática de un grupo completo. También los observó cazando y consumiendo carne. Estas observaciones desmitificaron la imagen romántica del primate pacífico y revelaron cuán profundas son nuestras raíces evolutivas compartidas.
Jane Goodall, de observadora a activista
En 1965, Goodall obtuvo su doctorado en Etología por la Universidad de Cambridge, convirtiéndose en una de las pocas personas admitidas sin haber cursado previamente estudios de grado. Durante los años siguientes, sus investigaciones en Gombe continuaron revelando la complejidad del comportamiento de los chimpancés.
Fue en la década de 1980 cuando Goodall experimentó una transformación profunda. Al asistir a una conferencia sobre conservación en África en 1986, se encontró con una realidad devastadora. «Fue impactante ver que, en toda África, dondequiera que se estudiaban chimpancés, los bosques estaban desapareciendo«, recordaría más tarde. Poblaciones diezmadas por la caza furtiva, hábitats destruidos por la deforestación, crías huérfanas traficadas como mascotas. Goodall tomó conciencia de que no bastaba con estudiar a los chimpancés; era necesario luchar por su supervivencia.
Así, cambió la tranquilidad de la selva por aviones, conferencias, negociaciones con gobiernos. Viajó más de 300 días al año durante décadas. Así nació su nueva faceta, la de activista.
«Disponía de tiempo para estar en la selva con los chimpancés, a quienes, por aquel entonces, había llegado a conocer muy, muy bien. Eran prácticamente como… bueno, no eran familia, no puedo describirlo, pero me sentía muy unida a ellos«, explicaría años después. «Y abandoné esa conferencia convertida en activista«.
En 1977 fundó el Instituto Jane Goodall para la Investigación, Educación y Conservación de la Vida Silvestre, que hoy opera en más de 30 países. También desarrolló el programa Roots & Shoots (Raíces y Brotes), una iniciativa de educación ambiental para jóvenes que actualmente involucra a más de 150.000 participantes en casi 100 países.
El comienzo del largo camino de Jane Goodall
A partir de ese momento, los honores se acumularon. Fue nombrada Dama del Imperio Británico por la Reina Isabel II, recibió más de 40 doctorados honoris causa de universidades de todo el mundo, y en 2002 fue designada Mensajera de la Paz de las Naciones Unidas. Entre sus numerosos galardones destacan el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica (2003), la Medalla Benjamin Franklin en Ciencias de la Vida (2003), y el Premio Templeton (2021).
Pero quizás su mayor logro fue transformar la manera en que la humanidad percibía y percibe a los animales. Antes de Goodall, los animales eran objetos de estudio. Después de ella, son seres que sienten y tienen derechos morales que debemos respetar. Su trabajo inspiró generaciones de científicos y conservacionistas, demostrando que la empatía y el rigor científico no son incompatibles, sino complementarios.
El posible futuro tiene nombre español
El legado de Goodall no se extingue con su partida, o eso esperamos. Entre las muchas personas que inspiró destaca especialmente una primatóloga española que ha sido reconocida como su heredera natural: Rebeca Atencia.

Esta gallega, nacida en Ferrol en 1977, representa una historia que evoca poderosamente la trayectoria de su mentora. «Desde pequeña quise ser veterinaria para hacerme amiga de los chimpancés y reintroducirlos en la selva«, relata. Y así lo hizo, doctorándose en veterinaria por la Universidad Complutense de Madrid,
El encuentro que cambiaría su vida ocurrió en 2005, cuando llevaba apenas diez meses colaborando con la ONG Help Congo en un proyecto de reintroducción de primates en el Parque Nacional de Conkouati Douli. «Fue como una película. Estaba sola en mitad de la selva y de repente apareció ella [Jane Goodall] y me ofreció trabajar con ella«, cuenta Atencia.
«Rebeca me recordó a mí misma a esa edad«, declararía Goodall más tarde. «Ella estaba persiguiendo su sueño. No tenía miedo de trabajar duro y podía vivir sin las comodidades básicas de la vida. En la selva, ella se sentía en su hogar completamente«.
Desde entonces, Atencia dirige el Centro de Rehabilitación de Chimpancés de Tchimpounga, en la República del Congo, el mayor centro en África, donde más de 150 chimpancés rescatados reciben cuidados especializados. Su labor va mucho más allá de la atención veterinaria: ha desarrollado un enfoque integral que incluye la rehabilitación psicológica de primates traumatizados.
Un vínculo que trasciende lo profesional
«Imagínate un bebé que ha visto cómo matan y descuartizan a su madre, que es el centro de su universo«, explica Atencia sobre el estado en que llegan muchas crías al centro. Por eso su trabajo de rehabilitación puede durar meses o años.
La conexión que Atencia ha establecido con los chimpancés trasciende lo profesional. Su experiencia más impactante ocurrió durante una reintroducción.
«Estábamos reintroduciendo a uno de ellos y se creyó que quería robarle una hembra, así que me mordió en la cabeza. Pensé que iba a morir a manos de un chimpancé protegiendo a los chimpancés, era el colmo de los colmos«, relata con una mezcla de humor y emoción. «Pero cuando llamó a sus ‘amigos’ para que siguieran atacándome, resultó que uno de ellos era Kutú, un ejemplar al que yo había tratado desde bebé, así que cuando me vio, comenzó a atacarle a él en vez de a mí y los demás se sumaron. Fue un momento terrorífico, pero muy bonito. Que a un ser humano le proteja otra especie en vez de la suya… Me marcó tanto que, de hecho, mi hijo se llama Kutú«, termina con la voz entrecortada.
Kudia, otra de sus protegidas, rescatada cuando era una cría traumatizada que odiaba a los humanos, ahora la recibe con abrazos cada vez que la visita en la selva, años después de su reintroducción exitosa. «Lo mejor ha sido que al haber vivido mucho con ellos se establece un vínculo mágico, que tú no creas, sino que aparece. Es como una amistad«, explica Atencia.
Después de todo lo vivido y estudiado, presentó en 2016, junto a un equipo de la Universidad Complutense, un estudio revolucionario sobre el corazón de los chimpancés que cambió la comprensión médica de estos primates y ayuda a prevenir muertes súbitas en cautividad.
El lado menos humano de la humanidad
Esta experiencia transformadora también le abrió los ojos al impacto de la mano del hombre: «Cuando Jane Goodall me sacó de la selva, vi lo que los humanos estábamos haciendo (…) Muchas veces el hábitat desaparece por la demanda externa de productos como la madera o el aceite de palma. Porque esa madera no se queda en Congo, va a Galicia, por ejemplo, porque alguien quiere tener en su casa un mueble hecho con madera exótica«, denuncia. «Esa demanda, que viene de fuera del país, hace que se deforesten las selvas, que los chimpancés y otras especies pierdan su hogar y que se abran vías por las que los cazadores entran más fácilmente en el bosque«.
Su mensaje es claro: cada decisión de consumo en Europa tiene un impacto directo en las selvas africanas y sus habitantes.
Por ello ha desarrollado también el programa Chimpamig@s, que permite apadrinar ejemplares y colaborar con su manutención, buscando crear vínculos emocionales que se traduzcan en acciones concretas de conservación.
Fe en la humanidad
A pesar de haber sido testigo de la devastación, Atencia mantiene una perspectiva optimista heredada de su mentora. «Cuando llegué a Congo me impactó ver que vendían chimpancés vestidos delante de las farmacias. Ahora, los congoleños han cambiado. El ser humano tiene una gran capacidad para destruir, pero también para reconstruir«.
A sus 48 años, viviendo entre Congo y España, Rebeca Atencia representa la continuidad del legado de Jane Goodall, con su propio sello.
Reconocimientos internacionales
En 2018, la revista Newsweek la nombró una de las «20 mujeres del futuro». Ha recibido el Premio Nacional de la Sociedad Geográfica Española (2020), el Premio 8 de Marzo del Ayuntamiento de Ferrol (2019), el Premio Bienestar Animal del Colegio de Veterinarios de Madrid (2017), y recientemente el Premio El Escarabajo Verde de TVE (2024) como personalidad científica destacada en el ámbito medioambiental.
Un mensaje de esperanza
Por su parte Goodall mantuvo un optimismo inquebrantable hasta sus últimos días. A pesar de ser testigo directo de la devastación ambiental, de la extinción de especies y del cambio climático, nunca perdió la fe en la capacidad humana de revertir el daño causado.
«Lo que hagas marca una diferencia, y tienes que decidir qué tipo de diferencia quieres hacer«, solía decir. Para ella, cada individuo tenía el poder y la responsabilidad de contribuir a la conservación, ya fuera a través de sus decisiones de consumo, su participación en iniciativas locales, o simplemente educando a otros sobre la importancia de proteger la naturaleza.
La muerte de Jane Goodall cierra un capítulo extraordinario en la historia de la ciencia y la conservación. Pero su espíritu perdurará en las miles de personas que continúan su trabajo, en los programas que fundó, en las políticas de conservación que inspiró, y en la conciencia global sobre la necesidad de proteger a nuestros parientes más cercanos en el árbol evolutivo. Con Rebeca Atencia y tantos otros que siguieron su camino, la esperanza que Jane Goodall sembró sigue floreciendo en las selvas africanas y en los corazones de quienes se niegan a renunciar a un futuro donde humanos y chimpancés puedan coexistir en armonía.
Su legado nos recuerda que la ciencia más profunda surge no sólo de la mente, sino también del corazón. Que la observación paciente y el respeto pueden revelar verdades que los métodos invasivos nunca descubrirían. Y que una persona determinada, armada con curiosidad, coraje y compasión, puede cambiar el mundo.
Porque como ella misma escribió: «sólo si entendemos, nos importará. Solo si nos importa, ayudaremos. Solo si ayudamos, estaremos a salvo«.